Cómo matamos a Louis Adenauer (Miércoles)

Miércoles, nace jueves

Era miércoles (ombligo de semana) y se reunieron en casa de Daniel, el catire, porque su mamá se acostaba a las nueve y caía directico hasta el otro día. Las morochas llevaron vodka y una de ellas fue corriendo a llamar al moreno Niche, porque sabía que él ponía la música que a todos les gustaba. A diferencia de Ángela, la de los ojos verdes, que pretendía escuchar los solos de Page cuando ya pasaban las doce (era la hora maestra), Donal sí compartía el gusto por lo sad and upbeat.
—Ya están en la casa del rey los hijos de Plath—dijo Daniel mirando a Jordana—a ti se te ocurren unas vainas.
—A mí me parece irónico, yo creo que tu careces de esa inventiva—le respondió Donal, al mismo tiempo en que le lanzaba el destapador de botellas a una de las morochas, la de cabello largo. El destapador cayó y Donal al agacharse a recogerlo, vio a Jordana agazapada en una especie de esquina imaginaria de la cual no saldría hasta pasadas las 2 de la mañana, si de alguna forma, hipotética (un poco más figurada) Louis la llamara, le hiciera mención de algo, como lo hacía todos los días, siguiendo un itinerario: que si ya llegaste, donde estas, ya saliste, quien te acompañaba, llámame desde casa, te voy a buscar. Venía sucediendo desde que Yorke abandonó los escenarios y Jordana optó por un estilo menos ambiguo, más rítmico, de simple estética (fácil para los posers) y de tendencias inaudibles. 

Era la costumbre, vivían en una zona fría, ya tenían cuatro, cinco (Daniel casi diez) años en que los hobbies cambiaban, las amistades se alternaban y las habitualidades se suplantaban con nuevos conocimientos, con nuevas prácticas, otras formas de pasar la vida. Eran de esos amigos que llevaban la amistad hasta el cenit, cuestión de que cuando cayera quedara sin forma, sin alternativas para ser revocada. Era elegante, les resultaba sencillo, llevarlo así: la música que a todos les gusta, lo que queda de dinero para la pizza y el vodka, y el cuarto a 18 grados para el que este intranquilo y en pena.

El moreno, Juan Niche, se sentó al lado de Jordana, justo en el espacio que estaba más cerca de la cama, dejándola casi en la esquina que daba al baño. Entre las morochas decidieron darle color al Rainbow (y no es tan literal) una se acostó encima de Daniel, y la otra le susurraba algo al oído a Ángela (a ambas les gustaba, ese olor en el cuello, el calor).
—Cómo crees que esto se centra en una prueba absurda de que las medidas podrían funcionar, yo creo que más que una prueba se necesitan opciones, maneras, motivos para subyugar a aquellos y esto, a la forma en que se van encadenando las cosas, y no me vengas a decir que Baudelaire, que la prosa, que esto y lo otro, yo no creo en eso del conformismo—a gritos decía Donal—y si me dices que de verdad crees que es una cuestión marxista, voy a ir a cogerme a tu mamá—terminó susurrando. 

Hicieron un círculo ya a eso de las once, pero el hecho fue imperceptible para ellos, para la complicidad que como aire los rodeaba. La música sonaba suave, lenta, casi lejana, era por el volumen: bajo para crear la atmósfera (sobre todo si son los solos de Morello)
—Jordy, ¿y desde cuándo tu fumas? porque el otro día cuando te vi ¿te acuerdas que te comente, no? que te vi llegando con el chamo este, el bicho ese raro de pelo largo—Jordana arqueo las cejas—bueno, bueno, ese mismo chica—dijo Niche como tartamudeando—la cosa es que te vi y estabas fumando, me pareció algo raro, tu sabes, tu que eres toda tranquila y de tu casa.
—Ay Niche, yo no sé, no quiero hablar de eso, pero me parece que todo es cuestión de los arreglos sentimentales, de cómo esté la marea en la mañana, ¿me explico? —Niche frunció el ceño, como confundido-—es metafórico Juancito, no tengo mucho tiempo, además, es esporádico—añadió.

Para el ritmo en que iban ya confundían a Sinatra con un Kafka del siglo XXI, tan solo por cuestiones visuales (ellos no tienen idea) de esas que se ven afectadas por el consumo del alcohol, (es algo más kinésico) y una de las morochas se escabulló hacia la cocina, arrastrándose, para traer la botella de vino blanco que la mamá de Daniel usaba para mojar el pollo (aunque la otra noche después de unos golpes en las mejillas, y unos besos en los nudillos, el Gatao sabia way to better que el agua) y al entrar y cerrar la puerta, al dejar a todos ser engullidos por la nube fría que envolvía el cuarto, Marianelli soltó una de esas notas altas que para el volumen que se tenía fue inesperada; Donal y Jordana se impacientaron.

Jordana y Juan Niche habían estado hablando desde la fortuita ocasión en que éste la alzó contra la pared en búsqueda de sus senos, que vistos como los vio le resultaron desconocidos y en comparación con otras formas y volúmenes, en desventaja; no obstante, la noche del viernes anterior cuando Los Hijos de Plath se reunieron para beber por la muerte de Bowie, lo que fue salida de rutina se convirtió en faena, y estaba de nuevo en la pared, cubierta de agua y saliva, con las piernas sujetas a la cadera de Niche y trayéndolo hacia ella al ritmo de lo que sonaba afuera, un cover de esos sin ritmo: pool full of liquor then you dive in it, pero acústico, déjate de vainas.

—Daniel me pregunta a cada rato que qué tal lo del otro día, que casi rompimos el vidrio—decía Niche con mucha lentitud, como si  el vodka y el 1976, mezclados con la porquería esa que le echan al pollo, le estuviera revolviendo más que el estómago—no le voy a decir nada, no vayas a pensar que iré como un sapo a decirle eso, ni eso ni lo del miércoles.

A las dos sonaba Martin y Gravity, Jordana supo que había empezado su playlist, y estaba llorando desde que Ángela besándose con la morocha, hasta que Joey Baby I love you,  y con su boca pintada de rojo empezó a hablar sobre lo lindo que le sientan las faldas a la cintura, el cabello rubio y los muchachos de la nueva fraternidad (antes de dejarla). Una de las morochas estaba en el baño con Daniel, estuvo desde que Plant I should have quit you baby hasta que push it baby, push it, babe, babe, haciéndole semblanza, que si es rubio, que si el cuerpo, la boca y las manos y las ganas y el tiempo. Niche se había quedado dormido en el alféizar de la ventana, enredando piernas con la otra morocha, la de cabello corto.

—La verdad Jordy, tenía muchas ganas de estar con ustedes hoy, para mí son un tanto desconocidos los que hablan de otras cosas que no sean sus hazañas—decía Donal, con una voz baja y un tono reflexivo (el alcohol quizás) —ustedes son de orgullo humilde—añadió.
— ¡Eso es de Cobb! Voilá, yo pienso lo mismo, es decir, apruebo lo que dice, lo secundo—le miró con los ojos rojos y aun llenos de lágrimas—yo creo Donal que en la vida no podemos andar así, diciéndole a todos lo que otro nos dijo que pensaba de nosotros, solo porque nos exalta, nos deja como importantes, pero por qué Donal, o sea, por qué siempre hay que ir tras la aceptación y la decepción luego del rechazo, creo que es pragmático.
— ¿Qué te pasa Einstein? Don't let me down, no dejes que ese vodka de menos de mil te haga bajar la guardia, eso no es pragmático.
—Tienes razón, aquí siendo una viciosa del lenguaje, yo creo—estrepitoso silencio, no alcanzó a terminar la oración. Tocaron el timbre, la puerta abriéndose de golpe, Daniel entró desnudo haciendo un ademán de que bajaran la música, la morocha cayéndose al suelo y todo en el mismo momento—mierda Donal, esto me recuerda lo que dijiste el otro día, de las casualidades y el tiempo—decía Jordana, mientras le echaba una mirada a la habitación de Daniel, a Niche aun bailando como Presley en su mente. Al cerrar los ojos, escuchó las sirenas (y entonces se acordó de Peter, de la espera en la playa) las bocinas, la mamá de Daniel  desde lejos (el sonido llegaba como si la vibración se debilitara al colisionar con la música: Maybe, de la bella Janis) le vino una imagen de la expresión en el rostro de Charlie, su viejo amigo, arrancándose el cabello con mucha fuerza, la misma ocasión en que el pelirrojo los lanzó a los tres en mitad de la calle.

—Sí Jordy, es de Jung, ''la sincronicidad no existe''

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