Al otro lado del río y entre los árboles

De zdzislaw Beksinski


Soy los restos de un transeúnte que divagaba por la maleza de un campo baldío, debajo de la multitud que flota, sumida en mi incoherencia, turbulenta. Fantástica, victima y justiciera de mi camino. Imperativa, alzo la voz y las niñas obedecen, bosques tras praderas, trópico de cítricos; con sus manos arrancan frutas y las recolectan en pocillos de cerámica, manzanas y peras, albaricoques y duraznos. Coral, Coralillo y Concha de Piña entre uvas y frambuesas; muerte áspera, mansa. He decidido suicidarme.

Como si fuera un evento cualquiera, decisión de viernes en la tarde que deja a un par de cuerpos refugiados por la lluvia, queriéndose demasiado. El libre albedrío de tomarse un par de minutos, sereno y calmado, optar por la opción menos convencional, la llamada cobarde y de puesto fijo en el segundo giro del séptimo circulo, picoteado por arpías durante toda la eternidad. Resulta paradójico, en el acordeón de la historia fijar una opinión certera, asertiva o quizás, imparcial en cuanto al suicidio. Los cristianos, los católicos, las teorías de Durkheim, culturas occidentales, el llamado Orden Natural del Taoismo, sus opiniones, las nuestras. Resultado de una perturbación en cuanto a mi convivencia con la sociedad, mi capsula apretada que año tras año con los golpes se contrae y achica, me contiene entre paredes de acero que simulan una agonía.


Caracas es un frijol negro quemado, todavía recuerdo con melancolía cuando el humo nos advertía, señales y pancartas, que se quemaba la ciudad. Me gusta, el resguardo bajo las faldas, el sol dándole matices purpuras y verdes a la cordillera, edificios de lluvia ácida que dividen celdas urbanas donde la penuria es la mejor amiga de las mañanas y la incertidumbre aviva el fuego, abre el telón a un escenario miserable e impío que desconsuela, desespera. Dirigir mis ojos hacia el futuro, no hallar nada, pared negra, el resultado del transcurso de estos días, la pérdida humana, el ímpetu y el patriotismo exaltados en un grito seco que se propaga, se exterioriza y parece un fiasco; tengo miedo de que mi lucha haya sido un fiasco, mientras los gordos impertérritos se regocijaran trago por trago de sangre en copa, bañando sus lenguas, mojando sus labios y limpiando sutilmente, cual déspota chupasangre, liquidador vampírico de futuros, de vidas y sueños, ilusiones.

A veces no puedo ver mas allá de un par de años y éxitos escasos o póstumos, aplausos y mi ausencia infinita. Dentro de mi hay cuartos vacíos que encierran todo tipo de dichas, mis ojos abren puertas y desconocen, nistagmo despavorido. Valoro, mis brazos aprietan bendiciones, agradecen y valoran, protegen y respetan, soy quien reconoce, par de ojos grandes que observan y entienden, son compasivos, perdonan y sin rencor siguen adelante, en mi corazón no hay más que una soledad absurda entre tanta compañía y amenidad, entre el candor de otros ojos que me aprecian, me aceptan tal como soy. Sentir aprecio, pertenencia, un lugar cómodo en mueble largo donde sin importar las máscaras, desvaríos e intolerancias, formo parte de un puñado de lo que hace a la vida ser vida: amor y familia, logros y metas, pasado y porvenir, justicia e injuria, el hervor en las orejas, cosquilleo en el pecho que anima, ansiedad y angustia que ahoga, desmotiva. 

Veo una balanza de estrellas broncíneas que armonizan lo que es y no es, universo ajeno, inagotable y recóndito, de asteroides y planetas, Chielos y criaturas vivíparas que convergen entre sí, se ocultan del ojo humano. La vida es una contradicción estupenda, un libro de leyes donde ninguna ley es cumplida, es un tic tac inaudible que excita y arrasa, recuerdo de celuloide que refleja cómo los años pasan, la vida es lo que fue, esto que es, lo que pasará mañana si tomas el autobús equivocado, si llegas tarde a la cita programada, si te veo León, si te veo y no hago nada, sigo mi camino. Entonces somos lo que sucede, el pie que cambia de rumbo, continua, no desiste. 

No me gusta empezar la oraciones con el ''yo soy'', porque no soy lo que digo que soy, y no lo seré, cualquier cosa que diga que soy ahora, no lo soy, lo que digan de mi no lo soy, y no lo seré. Del yoismo me abruma la alabanza, pedestal donde reposan flores y coronas, caracoles y sal, entonces yo soy honesta y trabajadora, soy quien viaja y conoce el mundo, soy quien lee y es culta, soy la que ama y la que pierde, la victima que entristece y la que se recupera pronto, soy la indiferente y la que pelea, soy un asesino y un cuerpo abatido, un silencio negro y un pitar agudo de bocinas y sirenas. No soy nada ni soy todo. Existencialista que acaba consigo misma porque esta aburrida de esperar, de evitar pisar las mismas lineas del suelo cada mañana, del blues y Fleetwood Mac, de estos meses sombríos que han sacado a relucir un personaje Mascarada que me abruma, descabellado. Estoy triste de sentir un vacío gélido en la boca de mi estomago cada mañana, un miedo por tomar la ruta equivocada e ir a parar a un destino que es mio, pero que injusto no me pertenece. No creo en eso del destino escrito, un calendario ficticio de supuestas concordancias entre lo sucedido y una casualidad, pero de algo si estoy segura: el día que te toque morir, inevitable te mueres y ya. No es una fuente cursiva que esté escrita en el libro de una vida, de un destino; es el simple universo tragándose una luz porque le apetece saber qué pasará, enternecido con un porvenir incierto.

Creí haber conocido la parte de mi que reaccionaba ante la perdida, par de manos al volante y piruetas, nada dio resultado esta vez. No fue solo León y su Ciudad de Oro, no es Caracas Frijol y mi cabeza devanada, soy yo, quien se inflige con tanto recuerdo de mano simulando cuerpo, de besos y gatos, de mañanas de café y tardes de lluvia, cancioncilla triste que envuelve par de cuerpos que reposan, soy yo quien nos sigue viendo allí, quien quiere meterse en su propio cuerpo y recuperar un sistema fracasado, ir de vuelta a donde quedó mi yo optimista y arriesgado, gracioso y encantador, quien camina en fuego y se pasea en humo, en Caracas, en mi Caracas hermosa que se quema. 

Mis amigos no son mis amigos, desconozco estas personas, añoro los días de otros años que en su momento resultaron triviales para mi, compañía efímera y confianza fugaz, estabilidad intermitente. Mi mirada se dirige a una encrucijada entre mi pasado y quien con asco trato de ser ahora. Jovencita pesimista oradora de la realidad, un foco fijo, luz blanca permanente que como faro guía mi mente, la apacigua. Veo la tierra y el aire como par de almohadas de pelo de gato, esponjoso que mantiene cada cosa en su lugar, centro de gravedad delineado con purpura y plateado, me la paso yendo y viniendo, suspirando y conteniendo emociones. Control drástico con la desidia, ambición que no despegue los pies del suelo, orgullo con pase de humildad, despojo de la vanidad y aceptación social necia que sin cuidado ciega, te convierte en títere del qué dirán, de la boca ajena, narcisismo inútil que no coopera, cuando entre tanto plástico y polietileno no hay nada mas cómodo que reír entre dientes de boca hermosa que se ama, de par de brazos de tinta que aprietan, le encarcelan el alma a uno dentro de si mismo, para que el amor propio vaya de la mano con el altruismo honesto que cambia al mundo, poco a poco demuestra que el amor y los buenos valores, que la verdad y la alegría ingenua tras cualquier detalle tonto, rediseñan el cosmos para quienes tienen ojos honestos que perdonan y hablan, respetan y aman, cuidan y enseñan.

De zdzislaw Beksinski

En mi vida he sentido tanto, a flor de piel, muy dentro de la dermis casi pegado al hueso, emociones que han enriquecido mi alma, achicado mi corazón. Me he convertido en un muerto, cadáver que camina. Los últimos meses me he dedicado a apuñalarme cada día, durante las mañanas y las tardes, con cuchillos y tijeras, agrediendo al yo que a empezado a desarrollarse en mi. Lo siento florecer, emerger desde un capullo verde turquesa que eclosiona y saca de sí un ser despiadado. Por eso debo acabar conmigo, con esta parte de mi que miserable se resigna, posición fetal tras una puerta en cualquier rincón oscuro, tristeza desmedida y extraña soledad, entre aplausos y bienvenidas, elogios y loas que congratulan. Deberían alegrar y darle medida al largo de mi rostro, al entumecimiento en mi frente, los cortos frecuentes porque siento que no siento en lo absoluto, que cualquier palabra mal dicha o mal interpretada reacciona en mi cual si fuera un susto frío, un raspón en la misma herida. Vulnerable, no quiero dejar ir de mi la otra parte que me gusta.


Considere las opciones previas, adheridas a mi mente, peso lúgubre que asiduo me acompaña todos los días. Piso siete que conmueve, bañera roja a la Pentangeli, suicidio de los patricios romanos, hojillas o pulseras, químicos. Grotesco, rápido, ignorando cuánto podría doler. Charco de sangre coagulado que se seca, mi cuerpo de sirena en reposo, rodeado de crisantemos y azucenas, lirios, claveles. Al cabo de unos segundos sé que sentiré salir de mi una humareda verde, espesa y mística de magia negra que en el aire se diluirá, sé que entrare en mi y me pondré de pie con agujeros en las manos, sosteniendo agua y arena, observándola salir por entre los hoyos, unido entre sí, como en el mar, agua sumergida en arena y viceversa. 

Seguiré, indulgente y carismática, quiero que mi muerte fortalezca los cimientos de otra personalidad, un desarrollo y crecimiento personal enriquecido con el arte, la sensibilidad por las letras, la armonía, seguir siendo quien era y quien no soy (porque ahora no soy lo que digo que soy) emoción a flor de piel, arranque de celos discreto, un ofrecer continuo de beneficios a cuerpos que no me entregan nada, retroalimentación negada; ser quien es feliz porque se llena de esperanza, la hermosa expectativa, cobertura de fe donde mi futuro se resguarda, Caracas fénix, León almohada. Quiero sanar la herida, renacer, tener un millón de oportunidades en burbuja, pastizal verdoso donde brinco y salto y me siento feliz, con mis dedos punzantes reviento las burbujas, gotita jabonosa que cae en mi nariz. 

Quiero pasearme en mi ciudad, entre edificios y calles sinuosas a medida que se viene la tarde, sin miedo, sin la soledad y oscuridad de Caracas suscitando sospechas negras, aguardando decesos para un domingo en la mañana. Ir de la mano contigo León, que no te vayas. Desearía morir y abandonar esta cueva que alberga tesoros prohibidos, cuerpos y manos que recorren y no aman, quiero dejar ir de mi esta mujer que resignada no ve el amor donde solía verlo, no se entrega, no siente nada y sin darse cuenta perece, perece poco a poco porque deja de vivir, deja de tener en su vida todo aquel fulgor rojizo que calienta y aviva el alma, rostro opaco en la oscuridad, León que dejó una isla echa desastre, tifón, coletazo de huracán. Mi partida será espiritual, dejare ir de mi todo eso que me perturba, drenar el agua sucia que recorre mis venas y altera mis pensamientos, invade mis emociones e incurre en una grave equivocación. Es necesario, destrucción por construcción, ser quien seré es entender nuevamente, con ojos emotivos lo sensible de mi misma, que la perdida física es lo mínimo cuando no se tiene a uno mismo bajo el control de sus cabales. Y que eso esta bien, se hallará la calma blanca entre tanta nube negra.

                           En el bosque 

No verdes frondas, mas de color oscuro
           no rectas ramas, sino nudosas y enredadas,
no había frutas, sino espinas venenosas
-Dante Alighieri


  •  El titulo ''Al otro lado del río y entre los árboles'' es una novela de Ernest Hemingway publicada en el año 1950. 



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