Los anillos de saturno

'' ¿Que vamos a hacer contigo ?'' 

Nos conocimos en diciembre, cuando las tiendas estaban decoradas con luces y muñecos de navidad, cuando todas las casas tenían la típica decoración decembrina: el árbol, la corona en la puerta, los cojines verdes y rojos para el mueble de la sala y la alfombra con muñeco de nieve en la entrada, pero por dentro se sentía como si el tiempo se hubiese dejado de medir mucho tiempo atrás, y no era diciembre, ni siquiera estábamos cerca de diciembre; era otro mes, otro tiempo, otra medida. En los vasos no estaba el mejor whisky del mercado, y los pasapalos estaban a medio hacer, los dulces no eran blancos y rojos y las ganas estaban por el piso, como el reflejo de las lucecitas en el porcelanato blanco. Ese día de mi cumpleaños acordamos sin conocernos habernos encontrado y así, de forma poco premeditada, fuimos a dar juntos, a colisionar como pintura y lienzo, a compenetrarnos el uno con el otro y disfrutar de las horas como si fueran caudales y estuviéramos deseando unirnos en la desembocadura, cual si fuera una simbiosis entre nuestros cuerpos. 
Cuando estábamos juntos luego de respirar en las lunas de Saturno, se acostaba justo con su cara enfrente de la mía y miraba directamente a mis ojos, los suyos eran como lunas; Titán. Las dudas me consumían, y el mes se iba de mis manos cual si fuera una despedida corta y yo sentía que debía desistir, que había mucha distancia entre nosotros, muchos anillos, muchos satélites. 
Me gustaba mucho cuando me recibía con una sonrisa, a pesar de que a veces lucia preocupado, hablaba de eventos los cuales yo desconocía y me decía que lo que realmente le agitaba la ambición eran los personajes y no los sucesos que en que se vieron envueltos. Cantaba las canciones que estaban en algún canal de la televisión, como si pasara el día viendo películas y le fuera una costumbre escuchar las mismas canciones una y otra vez; y yo lo escuchaba, como una Safo enamorada de alguna ninfa, como quien va cada día a algún jardín prohibido donde tras mucha vegetación se encuentra a Daira cantándole a Dione a la orilla de un rio, y bailando como si nadie la viera. 
Una de las noches previas al fin de año íbamos juntos en la carretera, embriagados en lo que yo llamaría los efectos secundarios de las primeras impresiones; él iba sujetando mi mano y cuando alce los ojos para mirarle él ya me estaba mirando. La fiesta resulto ser todo un éxito, y en la noche cuando al fin estuvimos solos y no tenía la boca dormida por tanto sonreír, me despojo de toda forma de cohibirme y me sostuvo en sus brazos, se acostó a mi lado y puedo jurar que caímos de un anillo a otro. En la mañana siguiente éramos los que en la noche estaban en su primera cita y quienes hacia unas semanas se conocieron por primera vez y en ese momento me sentí desubicada, ajena, y sin forma de saber si eso era lo que quería, si era lo que yo esperaba o si llegaría a sentirme cómoda por no haberlo planificado; sus brazos cubrían mi cintura y me dijo que me quería, y yo como cosa rara me sentí en los aires, en el cielo, pasando entre la atmósfera y rodando entre nubes, asteroides y planetas. 
Recuerdo que mencionaba mucho las curvas, recuerdo que decía que ella esto, que ella lo otro y yo trataba de enlazar los acontecimientos, relacionar los nombres con las caras y sabia dentro de mí que el terreno ya había sido descubierto, que era otra residente más. Me decía que lo había hecho, y le dije que yo también, me confió uno que otro detalle y yo aún retengo las ganas de confiarle mi vida entera. 
Y me dice que me quiere, y yo mesuro el amor, por el temor que viene luego de las estrepitosas ganas de lanzarme encima de él y esperar, esperar que pasen los días, y ver por la ventana que se caen los edificios, y se va el sol y se queda la luna para siempre y sentir frío, ver como se mueven las cortinas y al irme de su lecho saber que siempre estuve al tanto del cambio pero que parecía exquisita la aventura. 
Cuando me diga que es el momento, que en Venus hay menos frío o que las escaleras a Mercurio tienen pocos peldaños, me retirare como si me arropara con el vacío y me echara en una esquina a derramar un millón de lágrimas, ver como caen en el firmamento y se convierte en estrellas, porque solo desearé ahogarme en el humo que sale de su boca, porque solo querré haber no pensado en las consecuencias y decirle que si a todo, actuar de forma sumisa y haberme arrodillado cuando sus manos indicaban oraciones imperativas, y en los días en que mis ojos no se enredaban con los suyos para hacer el amor entre lo relativo del espacio, sino para fijarme que no me miraran cuando me cayera al suelo porque no podía mantener la respiración, o porque llamaba a mi madre para decirle que no estaba estable, que me resbalaba hacia la tierra, que no quería estar allí. 
Y me acordare de este día, de este momento, de las ganas de irme corriendo sin parar, correr y correr sin detenerme en ningún espacio del  camino, para sentarme a su lado mientras esperamos que zarpen los barcos al cielo y me dice que tiene ciertas cosas que decirme, que las velas se han alzado y que me dará la mano para así regalarme la oportunidad de mirar atrás y pensar que estoy a punto de entregarme a un ejército de descabelladas ideas, que esto podría causar que de vueltas alrededor de un agujero negro en busca de las palabras de quienes cuando se juntan hablan de mí, de quienes me llaman por un nombre que no recuerdo, que no es mío, que no me pertenece y yo estoy aquí, así, pensando en ese montón de cosas mientras él me hace preguntas que desencadenan reacciones ante lo que puedo intuir, y que me dejan a la expectativa, como sugestiva, susceptible.  

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