Merci Monsieur León

El Coloso 

Nunca podré reunirte íntegramente,
Juntar, pegar, articular como corresponde.
Rebuznos de mula, gruñidos de cerdo, obscenos graznidos
Provienen de tus grandes labios.
Peor que en un corral.

Quizá te consideres un oráculo,
Portavoz de los muertos o de algún dios.
Yo llevo treinta años esforzándome
Por limpiar de fango tu garganta
Y no he aprendido nada.

Trepando escaleritas con frascos de engrudo y baldes de lisol
Me arrastro como una hormiga enlutada
 Por los campos cubiertos de maleza de tus cejas
Para reparar tu inmenso cráneo y desbrozar
 Los descarnados, blancos túmulos de tus ojos.

 Un firmamento azul de otra Orestíada
Se cierne sobre nosotros.
Oh padre, tú solo
 Eres una referencia histórica tan importante como el Foro Romano.
Aquí merendando, en una colina de seres siniestros.
Las columnas de tus huesos y el acanto de tus cabellos vuelven
 A su antigua anarquía esparciéndose hasta el horizonte.
Se necesita más que un rayo
Para crear tanta ruina.
Algunas noches me acurruco en la cornucopia
De tu oreja, a salvo del viento,

 Y cuento estrellas rojas y estrellas color ciruela.
Sale el sol bajo el pilar de tu lengua.
Mis horas se desposan con la sombra.
Ya no escucho más el roce de la quilla
Contra las sordas piedras del desembarcadero.

La luna y el tejo

Esta es la luz de la mente, fría y planetaria.          
Los árboles de la mente son negros. La luz es azul.
Las hierbas se lamentan a mis pies, como si yo fuera Dios,
Hiriendo mis tobillos murmuran su humildad.
Espirituosas brumas humeantes habitan este lugar
separado de mi casa por una hilera de lápidas.
Simplemente no puedo ver si hay un sitio adónde ir.

La luna no es una puerta. Es una cara por derecho propio,
Blanca como un nudillo y terriblemente turbada.
Arrastra al mar detrás de sí, como un crimen oscuro; y está en calma
Con el bostezo en O del total desencanto. Yo vivo aquí.
Dos veces cada domingo las campanas sobresaltan el cielo
Ocho grandes lenguas afirmando la Resurrección.
Finalmente, ellas proclaman con sobriedad sus nombres.

El tejo apunta hacia arriba. Su forma es gótica.
Sus ojos se elevan por sobre él, y encuentran a la luna.
La luna es mi madre. Ella no es dulce como María.
Sus vestiduras azules sueltan pequeños murciélagos y lechuzas.
Cómo desearía creer en la ternura
El rostro de la efigie, dulcificado por las velas,
Inclinándose, sobre mí en particular, con ojos indulgentes.

¡He caído tanto! Las nubes están floreciendo,
Azules y místicas sobre el rostro de las estrellas.
Dentro de la iglesia, los santos serán todos azules,
 Flotando con sus pies delicados sobre los bancos fríos,
Sus cabezas y sus caras rígidas de santidad.
 La luna no ve nada de esto. Ella es calva y salvaje.
Y el mensaje del tejo es negrura -negrura y silencio.

                                                                                          Sylvia Plath


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