En ascuas



Ella me miraba, yo podía ver como la luz se reflejaba en su cabello, y parecía que no era castaño claro sino verde, azul, purpura y rojo. Sus ojos grandes de un verde oscuro, diciéndome que para qué salir juntas si vamos a pretender que no nos conocemos, o que es un simple encuentro fortuito en un café, con las piernas cruzadas y el dedo indice dando vueltas en mi cabello.

La música no me dejaba escuchar lo que decía, creo que se quejaba de que estaba sola, de que no dormía. Por mi parte yo quería ir corriendo a Caracas, tomar una bocanada de aire llena de olor a eucalipto -que arrastra El Ávila en la mañana- llorar en las piernas de la nona, decirle que los cuadros de Adolfo pierden color a medida que cambio de estancia, y que el mueble se ubica en un nuevo lugar cada vez que ella se va, para no imaginarla sentada ahí, viendo a la ventana con  los ojos llenos de lagrimas y pidiéndome que vuelva.

Mis mujeres son muy hermosas, están llenas de energía, y por la mañana bailan al ritmo de un compás de notas negras (ay si) y no se quejan de que se acabó, de que estuvieron ahí en vano o de que esta situación va de mal en peor. Por eso creo que estábamos de fiesta, porque eso hacíamos: ir al teatro o a un café, salir el viernes por la tarde, buscar de olvidarl. Era así, y por ahora ella estaba en frente de mi quejándose de qué se yo que, pero viéndome con sus  ojos verdes, con la camisa negra cayéndole de un hombro, la silueta golpeada por la luz, como si viniera a mi a través del alba.

Tuve muchas ganas de irme y decirle a la nona que había vuelto para llorar, para sentarme a su lado a recordar la pirámide del museo Louvre, que casualmente esta en la ventana del piso once, donde él se sentaba a justificar ciertas cosas y yo pensaba que debía cerrar ciclos (sigo pensando en eso).
A decir verdad, justo ahora que recuerdo a la francesa y a la nona, sé que lo de mayo no fue mas de lo que a todos nos toca: la realidad de las cosas. Se vive por lo que conmueve, por lo que nos anima a quitar la sabana de golpe en las mañanas, por quien nos hace inclinar la mitad del cuerpo en un brazo y mirar con ojos de agonía, por el anhelo; como pigmalion a Galatea, como ámame que me voy, como mírame que llegue.


Al terminar mayo fui a donde la nona, la vi, como siempre mal vestida y descuidada, con el típico desprecio por lo apoteósico. Me senté sobre ella, con todo mi peso en su cuerpo y sus brazos cubriéndome, consolándome, como si supiera que vivía muriéndome y que la francesa se había ido. Le conté sobre lo del miércoles, que el moreno me besaba como si yo fuese la que se iba, la que estaría en el avión el sábado y partiría; que el niño del barco estaba afuera de mi casa, con sus manos extendidas, yo lo miraba y pensaba en serpientes, buscaba la iglesia del frente, la que creía que dividía el mundo donde estaba, de otro que era totalmente diferente.

La verdad era así, un barco muy grande donde todos cabían y un niño en la puerta ofreciéndome asilo, el moreno y el catire escupiendo viernes con sabor a licores, y la francesa acariciándome en las tardes, por muchos días, hasta que ella también se fue, y dejo cierta amargura que parece que no se quita, como ver que las cosas se vuelven nimias, el no reaccionar ante ellas porque te parecen una perdida de tiempo. Aquí todos morimos por la boca, por la verdad.

Los muchachos entraron, con sus armas al cielo y los ojos negros, y mi bonita, mi francesa, de los ojos verdes y grandes se cayo justo en mis piernas, con su cabello lleno de rojo, de despedida. La sangre se paseaba en mi manos, y el cabello castaño ahora era de un rojo oscuro irremediable, con su franela a medio poner y la música conviertiendose en concierto; en mis adentros deseando que fuera viernes, llamarla porque sabia que vendría, solo para asegurarme de que sabia que la esperaba, que me moría por verla.

El viernes en la radio dijeron que era el ultimo viernes de mayo, y recordé que ella se balanceaba sobre mi con sus ojos a medio cerrar justo cuando sonaban los disparos; y el lunes, también lo mencionaron: ''6:36 ¡capicúa! ultimo lunes de mayo'' y llorábamos en suelo mientras lo muchachos jugaron, con las vidas, con el tiempo y las cuentas; como querer que cinco minutos pasen volando y contar, contar, seguir contando, ver como pasan los días y estamos en lo mismo, yendo al mismo sitio en la mañana a tragarnos el mismo cuento de que no hay café, de que los hombres prefieren el labial rojo y no a la del 4to piso que baja en vestido, y que mañana todo sera diferente, porque tu vienes, porque no te vas.


                                               Dont call, dont text, just dont.



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