Onomatopéyico


 Hasta ese año me la pasaba viendo a Isabel recostada del lavamanos. Le daba la espalda al espejo entonces yo podía ver su pelo negro y liso moverse mientras hablaba. Me regañaba como la ultima vez. Estábamos en el baño y se puede entender que yo estaba recostada de la pared que da hacia la ducha, cosa que me da mucho asco pero me deje llevar. Ella me escuchaba con atención y asentía repetidas veces, como la gente que ya está más que clara de lo que le estás hablando y solo espera que dejes de hablar. Le dije que el tema con León estaba finalizado y que ahora me sostenía a la idea de recuperar mi ecosistema. Ella se puso contenta, se le hizo un pliegue en el cachete mientras sonreía, volteé mi mirada hacia el espejo para verle el pelo y justo se fue. Ya no estaba recostada en el lavamanos y mucho menos reflejada en el espejo.

Quería contarle que el día que conocí a Dylan le dolía mucho la cabeza y a pesar de decirme que no quería una pastilla cuando se la ofrecí, me fui a la casa pensando si seguía bien. Los días siguientes lo investigué en redes sociales e inicié la inevitable asunción de cosas que ni si quiera sabía si eran reales. Luego de una atrevida invitación a casa el no paró de venir; llegaba con flores, tortas, recetas, canciones e instrumentos. 

Estoy recapitulando, como si yo misma hablara a través de mi; mis manos se abren paso por dentro de mis costillas y apartan las vísceras para asomar mi cabeza y hablar sin que nadie pueda interrumpirme, tengo toda la atención. Les cuento que subí la montaña tantas veces que puedo usarlo para justificar porqué no subo ahora. Buscaba la boca de Dylan y sus manos, las enrollaba con mis dedos y apretaba hasta sentir el calor de la taza de café que tomábamos todas las mañanas y que sostenía mientras me besaba y decía que se sentía muy enamorado.

Yo me sentía muy enamorada o no lo sé, creo que en ese momento levitaba por ahí menos consciente de mis sentimientos, los dejaba caer desde un vaso directo a un pozo de agua estancada donde se disolvían. Me dedicaba a meter mis dedos en su pecho y abrir sus costillas, apartándolas como puertas para reposar un ratico en sus adentros, me acurrucaba con todo su ser y él, en lugar de ensimismarse, me buscaba de arrullar con toda su fuerza. 

Dylan arrancaba sutilmente las plumas mal puestas de mis periquitos, se reía y echaba la cabeza hacia atrás disfrutando lo jocoso del momento, como quien se echa a recibir el sol en la hora dorada de la mañana. Café dosificado hacia el portafiltros, fingía hablar mientras el molino estaba a todo dar y yo no escuchaba nada, me acercaba ¿ah? , ¿qué? pero se inclinaba para ahogarme en su boca que yo restringía con una retahíla de obscenidades, porque eso era todo lo que pasaba por mi mente y no podia hacer que murmuraran.

Repetimos las fotos a casi diez años de distancia, con una pinta monocromática que estoy segura que no fue adrede y me sostuvo por los muslos mientras me pedía que no me fuera pero era imposible, esa fue la ultima vez que lo vi y yo no podia detener el flujo cíclico de las cosas; había quedado sin la capacidad de cambiar el rumbo de una decision mal tomada porque en esta ocasión, ya puedo decir que no sin atisbo de culpa. 

Era insípida la sensación de mirar atrás y avergonzarme de las onomatopeyas gritadas nariz a nariz, imitando el borboteo del cafe deslizándose dentro de la taza. Me levanté entre grises todos los días y deconstruí la idea del amor como poder o como pirámide jerarquizada, entendiendo finalmente que yo tenía mucho que invertir dentro de un proyecto conmovedor de vida y que Dylan, solo había sido otro día malgastado de escritura. Se levantó entre grises y se fue con dedos pegajosos de café seco chisporroteado, se echó como perro bajo el sol y sus raíces se hicieron una con el suelo belpaese, donde pasó años girando como trompo y deshilachándose, para que en un latigazo fuera a terminar desprendiéndose en la pequeña venecia, en mis brazos, con una pinta monocromática y disculpándose, con el corazón en la mano y tres idiomas bien hablados. Nos disculpamos. Nos vemos en tela de retina como si fuera un telón transparente, cada vez que me llama, ahora somos amigos de ¡ploc! ¡ploc! y lluvia suave plic plic. 

Cuando le echo tres pensadas a la cosa me parece estoica luego de haber sido tan grotesca, después de días sintiendo como la mano de Dylan con sus dedos pegajosos se metía por mi boca, descosiendo mis cuerdas vocales, dejándome sin aire y apretujando mi pecho. Yo era llanto de bebe bua bua que retumbaba en las paredes de mi pieza pero se expandía con indiferencia en sus oídos. Movía el puño dentro de mi pecho y con su antebrazo pisaba mi lengua, la retorcía y estrujaba contra mis dientes, de donde salía un hilo de sangre mezclado con saliva que recorría todo mi cuello. Repugnante puaj, clavaba su mirada desde el perfecto pov cenital de su colosal tamaño y yo desde abajo tendida con la boca abierta, reflexionaba sobre el trasiego de mis lágrimas glu glu que antes de emprender su recorrido por mi cuerpo, formaban una película de cristal debajo de mis pestañas. Solo yo podia decidir en qué momento parpadear para darle rienda suelta a su tránsito.

Entonces no, no fue estoica la cosa. No fue como si nada los tres pasos en la cocina para entender que el golpe seco en el pecho no era traído a la tierra como si nada; era Dylan con su abismal mano en mi pecho apretando mi corazón y destrozando sus válvulas, empalándome en la misma plataforma en que meses atrás, designábamos ruidos para cachivaches y pericos, en donde lanzaba al suelo granos de café para hacerme recogerlos. 

La vecindad con calle ciega delimita nuestras estancias, yo me quedé ahí en la misma acera donde le vi la última vez y mis pies fueron víctimas de partículas abrasivas que lijaron mis talones. Eclosioné en un ser misericordioso que hueco, no tiene más que pequeños espacios entre su soldadura por donde entra la luz; lo mejor que pudo pasar fue olvidar. Cristal contra cristal, tin tin. Lo mejor que puede pasar es olvidar. 





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