Visión de mosca
Te veo, incluso en la oscuridad te veo, cuando te abalanzas sobre mí,
dejando tu cuerpo sobre el mío, tu peso presionándome levemente porque con tus
codos (paralelos a mis costillas) te apoyas sobre la arena. Hablamos con tus
labios rozando los míos, decimos que mañana, que hoy, que dentro de unos meses;
estamos a merced del cambio. Me gusta cuando ríes y tu aliento me consuela,
cuando la marea sube pasadas las tres y tus manos guían las mías a buscar
refugio, aunque sigamos en la arena, tan cerca de la orilla.
Ópalo excava, organiza expediciones y excava, con sus manos agarra
arena y las mete más profundo en la tierra, ensuciando la carne bajo sus uñas y
trayendo consigo un sin fin de piedras preciosas y semipreciosas. Me habla con
un tono de voz que parece ser compresivo para el que lo crea (yo no lo creo) y
espera mis reacciones, sosteniendo mi mirada, bajando un poco la suya, subiendo
una de sus cejas, la careta analítica. No se justifica, solo proyecta, me dice
que yo soy una amalgama de situaciones, me señala de nueva, de desconocida.
Amatista se ríe, con los labios de él tocando sus dientes, y lo
sostiene por la cintura, caminan entre la gente riéndose de sí mismos, luego de
que tropiezan y dejan caer las desdichas. Si tú te vas yo me muero, si tú te
quedas también me muero, pero mejor no te vayas. El juego, la sabiduría, el
destino final y todas ellas sosteniendo la mirada equivocada, respirando un
aliento ajeno, saboreando y entregándose a quien no deben, es porque somos
libertad, amor y libertad, posibilidad, el suceso.
Observo toda la situación desde una bola de cristal, una bola
purpura con gases escarchados que flotan y brillan, que se menean en un vaivén
de ascenso, de meditación y relajación, de alcohol y masturbación, de deseo,
aquí con esto y allá con lo otro, jugamos a que no nos entristecemos, y salimos
del cuerpo, yo salgo de este cuerpo, el me mira y me retiene, la inercia.
Yo soy una gota de la más ácida lluvia. Sé que hay mar, y desde el
balcón busco la montaña, trato de divisar la línea oscura que separa el Ávila
del cielo cuando es de noche, esa que la dibuja más oscura que el resto del
espacio a su alrededor, y me río, me río cuando lloro, tan chiquita, me río porque no hay más que horizonte, agua, arena y agua salada, y busco el Ávila,
como si pudiera flotar sobre la playa, y estuviera ahí con su tono oscuro
siendo más imponente que el cielo, despegándose de él para resultar ser una
masa divina, encantadora, perceptible.
Los Ópalos y Amatistas se ríen de las actividades extrasensoriales
y los juegos a salirse del cuerpo, y yo que soy fantasía, que soy libertad, me
devuelvo, me quedo sentada, tranquila y sintiéndome dichosa en el diván de la
nona, donde entre sollozos le digo que cuando estoy feliz y contenta me da por
llorar, y ella se ríe de mí, con sus manos cubriendo las mías, se ríe y se ve
tan hermosa. Siente y siente, y ama y siente que amas, porque que terrible
encerrarse, tomar los barrotes con el borde de las plumas y dejar el pico bajo periódico
rayado, encerrarse, no transformarse, no tener millones de años siendo un
manojo de multifaces y experiencias, y resignarse a pensar qué pensaran, qué dirán,
andar sin libertad, sin amor y libertad, o viceversa.
Tengo muchos ojos, coloco este diamante al frente de tu cara y pequeñas
lucecitas se posan en tu mejilla, como moscas, con todos mis ojos te veo, así
apagues la luz para desnudarte, te veo, porque puedo salir de mi cuerpo y
adelantar el tiempo y verte mucho antes de que apagues la luz, porque yo no soy
quien soy, la verdad no sé qué soy, pero sé que tú eres amor, sé que eres
dolor, una cara virgen y fértil al principio del pasillo, despidiéndose de la niñez
y girando un reloj de arena en su mano, haciendo que pasen dos tercios de la
edad de este planeta y se convierta en toda una piedra inescrutable.
Entonces con mis muchos ojos te veo, y donde quiera que mire te
veo, y me encanta, sentirte jugar con mi cabello en la mañana, la yema de tus
dedos en mi nariz, bajando a mi boca, y el beso de reptil que resulta sosiego,
y los brazos amarrando estas piernas, las que siento pero no tengo, o que tengo
porque voy y vengo pero no siento, no siento porque vuelo, salgo del cuerpo y
vuelo, o viceversa.
Me encanta cuando te confinas al espacio que te brindo, ese pequeño
lugar entre mi cuello y brazo donde pasas hasta cuatro horas hablando, volviéndote
el diamante más blando que un Ópalo haya pensado encontrar en este planeta,
donde él excava y vive buscando tanto de ti, tanto de lo que te constituye,
buscando con desespero esa cara suave que solo muestras conmigo, que solo
reservas para mí y que él, Ópalo, le pelea a una fantasía, a mí que no sé qué
soy, porque ya sé que yo no soy yo, porque al mirarme en el espejo, al pasar
mis ojos por cada parte de mi cuerpo, cada esquina de mi cara, no veo más que
una masa enorme enfrente de mi siendo eso que esta ahí pero...
Yo te amo Adamas, te amo cuando te agachas a amarrar tus zapatos,
cuando te ríes porque sabes que te estoy viendo y me encanta que sonrías así,
te amo cuando entras con un woho en tus labios y al darte la vuelta estas
cabizbajo pensando en que vas a hacer en abril, en mayo, en junio, pensando
tanto conmigo a tu lado, pensando por los dos, buscando tus manos que recorren,
que dibujan y bajan, que trazan la forma de mi boca cuando entras, cuando te
pido que te quedes ahí, y te abrazo, recordando las veces en que incluso en el
frío te sudaban las manos y decías que yo era un sudes, y que para ti mismo
eras un sudes, que te henchía de felicidad sentir que yo sentía por ti
exactamente lo mismo y viceversa.
Y cuando cierro los ojos te veo, con mis mil millones de pupilas,
y la imagen perdura, la mantengo conmigo, ese cuadro nítido donde estas con la
boca abajo en donde nacen mis piernas y luego subes, tus cejas se enarcan
cuando forzó la pernocta en mi propio cuerpo, cuando no quiero salirme y
sentirme así no sepa quién sea yo, estar contigo me hace sentirme, me hace
querer ser esto que no sé que soy, esto que me despierta y planea huidas
dramáticas de último momento, esto que le repugna la idea del dolor
antecediendo la muerte, pero esto que esta de frente al abismo, ahí, a siete
pisos de donde tú te encuentras con mi cuerpo, lo otro que soy (que tengo y
desconozco) de pie, atascado en el suelo.
Me quedo aquí siendo nada, pero voy y vengo girando como fantasía,
imitando la libertad, sintiendo tanto por ti que me salgo del cuerpo y me peino
las pestañas, me desenredo el cabello y te veo amándome, me salgo de aquí,
entro en el espejo y me digo que vaya así como estoy porque así me siento,
pasando mi lengua por las lucecitas que alumbran en tu cara y que se mueven,
traviesas, de impostoras en tu iris, queriendo aclarar el tono opaco de tu
piel, lo negro del ojo, y dándote un matiz con bordes amarillentos, donde
defino tu cara como todo eso que quiero ver cada día antes de irme a dormir,
para dejar de necesitarte de esta manera, y de hallarme en ti, en una esquina
de tu casa, donde duerme Ópalo y donde las Amatistas se despiertan con Dione,
irrespetando lo que sienten, alterando el orden de las cosas, saliendo del plano
dimensional y ocasionando colisiones en este mundo, en este planeta, entre esto
que somos o no somos, o viceversa.
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