Luna, hija.
Te llame bastantes veces, quizás se cayo o algo, o era por eso. Cuando pasaron 6 meses dijiste que tenia razón (cosa rara) y entonces confabulaste con las ganas que tenias cuando ni siquiera habían pasado dos semanas; diste tres vueltas y volviste, fingiste que tenias interés solo para evitar que reprochara el poco ánimo al verme llegar con muchísima azúcar, muchísima sal. Luego de vomitar diez veces, de caer al cielo y dejar de tomar limonada los miércoles, al fin decidiste que lo mejor era dejarlo fluir, se te olvidan los propósitos rápidamente, las ganas se esparcen al ver los colores de la faena y entonces, cuando te dije que me gustaba ese nombre, que me gustaba ese olor, desapareciste. Qué mal habito ese de pasarse el día pensando en lo oportuno de aprovechar algunas oportunidades que realmente no llegan, o peor aun, subir las expectativas con dichosas invitaciones a caminar dos kilómetros, a hablar sobre poemas, ¡mejor aun! dejar vencer las ganas en lugar del sueño. Me imagi