En ascuas
Ella me miraba, yo podía ver como la luz se reflejaba en su cabello, y parecía que no era castaño claro sino verde, azul, purpura y rojo. Sus ojos grandes de un verde oscuro, diciéndome que para qué salir juntas si vamos a pretender que no nos conocemos, o que es un simple encuentro fortuito en un café, con las piernas cruzadas y el dedo indice dando vueltas en mi cabello. La música no me dejaba escuchar lo que decía, creo que se quejaba de que estaba sola, de que no dormía. Por mi parte yo quería ir corriendo a Caracas, tomar una bocanada de aire llena de olor a eucalipto -que arrastra El Ávila en la mañana- llorar en las piernas de la nona, decirle que los cuadros de Adolfo pierden color a medida que cambio de estancia, y que el mueble se ubica en un nuevo lugar cada vez que ella se va, para no imaginarla sentada ahí, viendo a la ventana con los ojos llenos de lagrimas y pidiéndome que vuelva. Mis mujeres son muy hermosas, están llenas de energía, y por la mañana bailan al