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Mostrando las entradas de julio, 2017

Dedos pegajosos

Cuando tenía 14 años mi abuelo me regaló dos loros reales. Recuerdo que mi primera impresión fue de asco, eran un par de bolas de plumas grisáceas, ojos saltones y un gemido extraño. Los alimentaba con harina de maíz remojada en agua, limpiaba sus heces esparcidas por todo el patio, les acercaba el pico al bebedero y jugueteaba con ellos todo el día. Al cabo de unos meses sus plumas empezaron crecer verdes, azules y rojas, algunas con manchas anaranjadas. Silbaban canciones de Los Billo's y entre alaridos y gritos, crecieron hasta convertirse en unos papagayos de colores brillantes. Sin surcar los cielos poseían la libertad de las nubes, andaban en hombros, revoloteaban entre cortinas. Ciudad de edificios oxidados, lluvia ácida, callejones de gas y sinuosas calles que finalizan en bulevares, antros y panaderías, al girar El Ávila, calle abajo no hay nada, un carro parqueado y los chicos sumidos en la misma rutina. Resguardo bajo faldas, pancartas de diminutas élites comunisto

El evangelio de John Hurt

Me estoy buscando.